Dicen por ahí que escribir es la mejor terapia de todo, y es
curioso pues a mí en particular no me funciona mucho.
Yo escribo, no cuando tengo pena,
sino cuando tengo una bola de emociones que no me dejan hablar. Últimamente he
caminado en un limbo emocional tan burocrático, que me tramita de recuerdo y
expectativas constantemente. Me abruma la coraza de barro que cubre mis
sentimientos y sobre todo por esa necesidad constante de encontrarte.
Debo confesar que me era más fácil
antes, cuando suponía saber dónde estabas, todo era mucho más sencillo, pero
desde cuando me enrostraste que no eras aquel, ni tampoco nadie similar, me invadió
el pánico, terror en jamás poder conocerte. Te anhelo tanto amor mío, que el
hecho de nunca encontrarnos me deja la boca seca y el cuerpo áspero.
No sé cómo hallarte, si no conozco
tus ojos, ni tú voz, ni boca, solo me alienta la idea de que existas y me estés
buscando con la misma desesperación que yo lo hago.
A veces me enturbia la idea de
que tal si nos encontramos, sin reconocernos más bien no éramos aquellos que
imaginamos. No resulto ser, el origen de tus expectativas y te endioso al nivel
de olvidar que yo no era quien buscabas, ¿puedes ser tan ingrato el amor, para que
me ignores?
Hace días me quede tendida sobre
la orilla de cama, mirando una sonrisa coqueta.
¿Qué tal si eras tú? Qué tal si
no lo eras, tendré más lágrimas que hipotecar por un futuro incierto, o audazmente,
me armo de paciencia esperando que me reclames.
Amor mío no te pido que seas
perfecto al contrario quiero fundirme en tus imperfecciones, quiero que anides
en mis defectos y sobre todo no quiero basar mi felicidad en tus hombros, perfumarme
de nuestras anécdotas, ser cómplice en nuestros temores, idioteces y en todo en
general. Sobre todo amor mío quiero que llegues por mí que me reclames, porque
ya en mi primavera me quedan pocos ciruelos que se niegan a florecer, sin
alguien quien coma el fruto.