viernes, 13 de febrero de 2015

CUENTO


LIGAS.

La velocidad del reloj devoraba mi tiempo, vitrina tras vitrina. Instinto de compradora compulsiva bullía en mí como un cosquilleo inevitable. Llegar tarde a la oficina no era opción.

En el transcurso a casa ya más tranquila, degustando terapéuticamente de cada vitrina a mi paso, con mi billetera bien oculta para no caer en tentación, la imagen matutina volvió, sonreí en voz alta ¿Por qué no?

Llegue a esa tienda con cierta vergüenza.

¿Te puedo ayudar en algo?

No

Sin embargo con mis ojos señale el producto.

En voz bajita, muy bajita aquella mujer me dijo tengo talla XL. Con cierta discreción, sonreí haciéndole una mueca positiva.

La toque… la tela era tan suave delgada, transparentemente negra, unos bordados en forma de mariposa. Me las probé, mis piernas temblaban como suplicándome que me las llevara. La muchacha desde el mostrador, grito ¡¡si quieres te las llevas puestas!!.

Lo cual sin titubear le respondí:

Siii gracias. ( no podía creer la locura que había hecho)

En el autobús camino a casa, me senté en último asiento mirando hacia la ventana sutilmente me toque las piernas con una traviesa culposa, morbosidad, la sensación era tan suave que al palparlas sonreía.

Al llegar, me quede tendida en el sillón, con mi uniforme tosco de oficinista. Esa falda larga más debajo de mis rodillas, extendí mis piernas, cerré mis ojos y despacito, lentamente empecé a recorrer desde los tobillos hasta los muslos, una dos y tres veces, mis dedos me introducían a una atmósfera, la suavidad dulce, piel vestida de seda, resultaban ser mis piernas. Mi respiración brisa matutina, viaje en tiempo, sentí a Jorge, al mismísimo que me había dejado por una mujer más joven y guapa, tocando mi cintura, mis pezones se transformaban en dos alverjas emergiendo desde mi torso. Sentía desfilar miles de hormigas que venían de todas partes de mi cuerpo dirigiéndose hacia mi ombligo. Lentamente mi piel se humedecía al extremo de sentir burbujas entre mis piernas.

Empecé a reír a carcajadas, poseída por una adolecente quinceañera.

Me levante aturdida, avergonzada. Lave mi cara, el reflejo en el espejo, piel opaca, me escupía los años, la amargura, frustración me enfermo

Volví a sonreír, de una forma esquizofrénica empecé a balbucear cosas. Sin darme cuenta estaba sin ropa interior tirada en aquel sillón tocándome, besando con mis manos mi intimidad, tan suavemente como la primavera se despide del invierno y saluda al verano.

A mis cincuenta y cinco años debo asumir la soledad de mi casa,  con aroma a olvido y pobreza… ¡Me sentía feliz!  Plena.
Descubrí… nunca estaré gorda, ni vieja para sentirme femenina, en mi cuerpo a pesar del tiempo aun guardo miel dulce, no importa, que no haya a quien alimentar. Mi piel es mi menú y yo la flor del pantano, hermosa, fuerte capaz de florecer con cada sonrisa que me regaló al espejo. Desde ese día dejé las pantys grises por un par de ligas, las cuales se transformaron en mis confidentes, mis amigas.

Autor : Elizabeth Zuñiga

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