LIGAS.
La velocidad del reloj devoraba mi tiempo,
vitrina tras vitrina. Instinto de compradora compulsiva bullía en mí como un
cosquilleo inevitable. Llegar tarde a la oficina no era opción.
En el transcurso a casa ya más tranquila,
degustando terapéuticamente de cada vitrina a mi paso, con mi billetera bien
oculta para no caer en tentación, la imagen matutina volvió, sonreí en voz alta
¿Por qué no?
Llegue a esa tienda con cierta vergüenza.
¿Te puedo ayudar en algo?
No
Sin embargo con mis ojos señale el producto.
En voz bajita, muy bajita aquella mujer me
dijo tengo talla XL. Con cierta discreción, sonreí haciéndole una mueca
positiva.
La toque… la tela era tan suave delgada,
transparentemente negra, unos bordados en forma de mariposa. Me las probé, mis
piernas temblaban como suplicándome que me las llevara. La muchacha desde el
mostrador, grito ¡¡si quieres te las llevas puestas!!.
Lo cual sin titubear le respondí:
Siii gracias. ( no podía creer la locura que
había hecho)
En el autobús camino a casa, me senté en
último asiento mirando hacia la ventana sutilmente me toque las piernas con una
traviesa culposa, morbosidad, la sensación era tan suave que al palparlas
sonreía.
Al llegar, me quede tendida en el sillón, con
mi uniforme tosco de oficinista. Esa falda larga más debajo de mis rodillas,
extendí mis piernas, cerré mis ojos y despacito, lentamente empecé a recorrer
desde los tobillos hasta los muslos, una dos y tres veces, mis dedos me
introducían a una atmósfera, la suavidad dulce, piel vestida de seda,
resultaban ser mis piernas. Mi respiración brisa matutina, viaje en tiempo,
sentí a Jorge, al mismísimo que me había dejado por una mujer más joven y
guapa, tocando mi cintura, mis pezones se transformaban en dos alverjas
emergiendo desde mi torso. Sentía desfilar miles de hormigas que venían de
todas partes de mi cuerpo dirigiéndose hacia mi ombligo. Lentamente mi piel se
humedecía al extremo de sentir burbujas entre mis piernas.
Empecé a reír a carcajadas, poseída por una
adolecente quinceañera.
Me levante aturdida, avergonzada. Lave mi
cara, el reflejo en el espejo, piel opaca, me escupía los años, la amargura,
frustración me enfermo
Volví a sonreír, de una forma esquizofrénica
empecé a balbucear cosas. Sin darme cuenta estaba sin ropa interior tirada en
aquel sillón tocándome, besando con mis manos mi intimidad, tan suavemente como
la primavera se despide del invierno y saluda al verano.
A mis cincuenta y cinco años debo asumir la
soledad de mi casa, con aroma a olvido y
pobreza… ¡Me sentía feliz! Plena.
Descubrí… nunca
estaré gorda, ni vieja para sentirme femenina, en mi cuerpo a pesar del tiempo
aun guardo miel dulce, no importa, que no haya a quien alimentar. Mi piel es mi
menú y yo la flor del pantano, hermosa, fuerte capaz de florecer con cada
sonrisa que me regaló al espejo. Desde ese día dejé las pantys grises por un
par de ligas, las cuales se transformaron en mis confidentes, mis amigas.Autor : Elizabeth Zuñiga
No hay comentarios:
Publicar un comentario